El centro de Málaga es un latido antiguo envuelto en luz dorada,
un laberinto de calles estrechas que susurran historias
entre adoquines que han sentido mil pasos y mil sueños.

 

Es la brisa marina mezclada con el aroma del jazmín,
la sombra de la Alcazaba vigilando desde lo alto,
y la Catedral, la “Manquita”, que se alza orgullosa, imperfecta,
como recordándonos que la belleza está en lo inacabado.

 

En sus plazas, el murmullo de fuentes canta junto al bullicio alegre
de terrazas repletas de vida, de vino dulce y risas que se escapan al aire,
mientras los rayos del sol pintan de oro las fachadas
y los atardeceres se tiñen de rosa y naranja sobre la ciudad.

 

Málaga centro es arte que respira en cada esquina,
es Picasso jugando entre lienzos invisibles,
es Semana Santa solemne y Feria desbordante de alegría.

 

Es una ciudad que abraza el presente sin olvidar su alma antigua,
un lugar donde el tiempo se detiene entre un café y un poema,
y cada paseo se convierte en un viaje suave y eterno,
como si el Mediterráneo mismo te llevara de la mano.